domingo, 25 de abril de 2010

Sin zapatos




Andar por el bosque descalza es una sensación extraña.
No es desagradable, pero tampoco es del todo agradable.

Respiras hondo y millones de partículas, las de las blancas nubes que se atisban en el cielo azul que se percibe tras la inmensa arboleda, las de miles de hojas que hay en el suelo, un ciervo que pasa fugaz a lo lejos, un pequeño caracol que se arrastra sobre un tronco caído, hace tiempo muerto....penetran en tu ser haciéndote partícipe de aquel lugar que rebosa vida por cada uno de sus poros y te sientes integrada como nunca en aquel ecosistema.

Los pájaros ululan y pían anunciando la noche que está al caer. Miras a tu alrededor, miras arriba, pero no los ves.


Suspiras, sujetas parte de tu vestido con ambas manos y comienzas a caminar con una especie de cautela, no quieres pincharte ni pisar nada baboso, las hojas crujen bajo tus dedos, tu paso es lento, vas mirando al suelo, para saber donde pisas.

Ya apenas hay luz pero afortunadamente te sabes el camino, cada piedra, cada árbol, caminas por instinto, ya casi has llegado, ya las ves.

Están allí, como siempre desde hace muchísimo tiempo, el ultimo tramo lo haces a trote y les sonríes, pero, de repente, te pones seria cuando te miran y recuerdas con que propósito has venido esta vez, tomas aire y te decides hablar.

-Chicas, esta es la última vez que vengo, lo dejo.

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