miércoles, 2 de junio de 2010

Lluna




Recuerdo una noche que me la pasé entera aullando.
Aullaba a la luna ansiando la libertad.
La miraba desde mi cama, reinante en la oscuridad, vestida de blanco, silenciosa.
Aullaba con todas mis ganas pero ella no me hacia caso.

Sentía todo aquel vibrante torrente de aire trepar por mi garganta y liberarse quedando suelto en el cielo plagado de estrellas, era precioso, pero ella, ella lo era mucho mas.

¿Que pasaría si la luna se apagase?

¿A quién aullaría yo?

Quería volar, necesitaba volar quería tocarla, la brisa me instaba a ello.
En plena quietud nocturna podía escuchar su llamada, estaba extasiada y frustrada, no podía traspasar la ventana, no cogía entre los barrotes. Mi espíritu estaba apunto de desgarrarme el pecho, no podía resistirse al canto, que, como ocurría con el de las sirenas de Ulises, era hipnótico por su belleza, entonces dejándome llevar por esa presión que ejercía mi alma contra mis costillas, aullé muy muy fuerte, tuvo que haberse podido oír a kilómetros pues incluso provocó eco.

Fue un aullido intenso, vivo, libre, fuerte.

Ella me miro, me estaba haciendo caso, me dirigió una sonrisa y mi alma voló, mi cuerpo floto aquello era el Nirvana, la mismísima luna me había sonreído. Devolví su sonrisa con brillo en los ojos y me quede allí, quieta, contemplándola.

Derrepente se apagó.
Una nube traviesa la cubrió y al destaparla ella ya no me observaba, no me sonreía exclusivamente a mi.

A los lunáticos se les llama así porque se pasan las horas mirando a la luna, embelesados olvidándose de sí mismos, buscando su sonrisa.

Pero solo yo sé cual es el secreto. Hay que aullarle.


No hay comentarios:

Publicar un comentario